La trampa de la comparación

En mi adolescencia, entrenaba natación. Era un atleta federado y mi único enfoque en ese entonces era ser mejor que los demás. Me comparaba todo el tiempo con otros nadadores, y eso creaba en mí una frustración constante, la sensación de que siempre había algo en mí que no estaba bien porque no me parecía a los otros. Hasta que empecé a entrenar con un profesor asiático. Al darse cuenta de mi enfoque, me dijo con claridad:

"Eres un excelente nadador, pero tienes una sola dificultad que te impide superarte.

Tu problema es que estás enfocado en querer ser mejor que los demás y no en superarte a ti mismo".

La comparación es un juego que no se puede ganar. Es esa combinación sofocante entre el deseo de encajar y la necesidad de ser mejor que los demás. Nos enredamos en una batalla mental donde la meta no es cultivar la autoaceptación, la pertenencia o la autenticidad, sino simplemente ser superior a los demás.

Como bien dijo Theodore Roosevelt, "La comparación es la ladrona de la plenitud".

Piensa en esto: Cuántas veces te has sentido bien contigo mismo, te ves al espejo y te sientes satisfecho con tu vida u orgulloso de tu familia y de pronto, en una fracción de segundo, un simple vistazo a las redes sociales o una conversación con alguien lo desvanece todo. Esa sensación de paz desaparece y es reemplazada por la envidia, el resentimiento o la insuficiencia. Ese es el robo sutil pero devastador de la comparación.

El daño silencioso que nos hace

La comparación no solo nos roba la plenitud; también causa un daño profundo y silencioso en nuestra vida:

  • Destruye la autoestima: La comparación constante nos lleva a una de dos trampas: o te sientes inferior a los demás o te sientes superior. Ambas son perjudiciales. Sentirte inferior genera inseguridad y una sensación de no ser suficiente. Sentirte superior te aísla, impidiéndote conectar genuinamente con los demás. En cualquier caso, el resultado es una autoestima frágil.

  • Aumenta la ansiedad y la depresión: La búsqueda interminable de la perfección y la preocupación por lo que los demás tienen nos sumerge en un ciclo de ansiedad. Sentir que te estás quedando atrás puede llevar a la desesperanza y, eventualmente, a la depresión.

  • Nos aleja de la autenticidad: Al compararnos, nos enfocamos en lo que "deberíamos" ser en lugar de honrar quienes somos. Dejamos de escuchar nuestra propia voz y comenzamos a vivir según un guion ajeno. Perdemos nuestra singularidad en el intento de encajar en el molde de otra persona.

  • Sabotea nuestras relaciones: La comparación convierte a los demás en competencia, no en compañeros. Esto genera celos, resentimiento y una incapacidad para celebrar los logros de quienes amamos.

Cómo dejar de jugar el juego

Dejar de compararse es una decisión consciente. No se trata de ignorar a los demás, sino de reenfocar tu energía en tu propio camino.

  1. Define tu propio éxito: Si no sabes lo que el éxito significa para ti, te verás obligado a tomar prestada la definición de otra persona. Tómate el tiempo para decidir qué valores, metas y logros son importantes para ti, y solo para ti.

  2. Practica la gratitud: La gratitud es el antídoto más poderoso contra la comparación. En lugar de enfocarte en lo que te falta, concéntrate en lo que ya tienes. Elige agradecer lo que tienes hoy, en lugar de preocuparte por lo que no.

  3. Limita tu exposición: Las redes sociales son el campo de batalla de la comparación. Sé consciente de cómo te sientes cuando las usas. Si te provocan envidia o ansiedad, considera tomarte un descanso, dejar de seguir cuentas que te hacen sentir mal, o simplemente ser más intencional en cómo las consumes.

  4. Celebra tu unicidad: Eres único por una razón. Reconoce tus talentos, tu historia y tu camino. Lo que te hace diferente no es una desventaja, es lo que te hace auténtico y valioso.

Al final, la única comparación que importa es la que haces contigo mismo: ¿eres mejor hoy de lo que fuiste ayer? Ese es el único juego que vale la pena jugar.

Luis Mendez