Sudando calenturas ajenas: El precio de ocuparte de asuntos que no son tuyos

Recuerdo que en una ocasión, el pastor de la iglesia a la que asistía no tenía dinero para pagar la letra de su camioneta nueva. Hablando conmigo, me dijo que si yo estaba dispuesto a ofrendarle, Dios me bendeciría en gran manera. Yo acababa de recibir un cheque por mi trabajo y, movido por mi emocionalismo, mi deseo de aprobación y por mi patrón erróneo de vida, decidí endosarle el cheque completo. Lo que había olvidado era que con ese mismo dinero tenía que pagar la luz, el agua y hacer el supermercado para mi casa.

Como consecuencia, nos cortaron la luz, pasamos el fin de semana sin agua y con los alimentos limitados. Yo estaba tan enojado porque no podía entender cómo, siendo una "buena persona", me pasaba esto. Y entonces me di cuenta de que era la simple consecuencia de estar sudando calenturas ajenas e interviniendo en los procesos de otros.

Sudaba calenturas ajenas porque creía que era mi responsabilidad arreglar la vida de los demás. Había aprendido que el mayor regalo que podíamos dar era encargarnos del sufrimiento ajeno, y así, en mis primeros años trabajando, me dedicaba a resolver los conflictos económicos de otros demostrándoles a todos lo buena persona que era. Hasta que situaciones como las que te cuento me hicieron despertar y darme cuenta de lo equivocado que estaba. Hoy entiendo que la expresión se basa en una metáfora médica muy simple: así como el cuerpo suda batallando para combatir un virus externo, nosotros nos desgastamos al preocuparnos por problemas que no nos corresponden. Nos pasa todo el tiempo. Nos metemos en situaciones ajenas, nos molestamos por la forma en que otros manejan sus vidas o sus conflictos, y nos esforzamos por resolver aflicciones que no son propias. Y en el proceso, creamos nuestro propio malestar y sufrimiento, creyendo erróneamente que eso nos convierte en buenas personas. Pero la realidad es que esta actitud nos cobra un precio muy alto.

El costo de la preocupación ajena

Cuando nos involucramos en problemas que no son nuestros, nos provocamos una serie de consecuencias negativas:

  • Drenaje emocional y mental: Asumir el peso de los problemas de otros drena nuestra energía, dejándonos agotados y sin fuerzas para atender nuestras propias necesidades.

  • Pérdida de paz: Nos volvemos irritables, ansiosos y resentidos. El malestar ajeno se convierte en el nuestro y perdemos la tranquilidad.

  • Codependencia: Esta actitud puede llevarnos a una dinámica insana en la que nuestra autoestima depende de resolver los problemas de los demás. Creemos que nuestro valor radica en ser "necesarios" para otros.

  • Relaciones tóxicas: Al interferir constantemente, podemos sabotear la capacidad de otros para resolver sus propios problemas, generando dependencia o, peor aún, resentimiento.

Cómo dejar de sudar calenturas ajenas

Trabajar en esta actitud no es un acto egoísta, sino un acto de amor propio y de respeto por los demás. Aquí te comparto algunas ideas para lograrlo:

  • Identifica lo que es tuyo: El primer paso es diferenciar entre lo que puedes controlar y lo que no. Pregúntate: "¿Es este mi problema para resolver, o es la experiencia de alguien más para crecer?"

  • Establece límites claros: No tengas miedo de decir "no". Puedes ser empático y solidario sin asumir la responsabilidad de las situaciones de los demás. Ofrece apoyo, no soluciones.

  • Recuerda tu papel: Tu función no es salvar a los demás, sino amarlos. Puedes escuchar, acompañar y ofrecer una perspectiva, pero el camino a seguir es de ellos. Confía en su capacidad para encontrar sus propias respuestas.

  • Enfócate en tu propia vida: Dirige tu energía y tu tiempo a resolver tus propios desafíos, a crecer y a cuidar de tu bienestar. Recuerda que no puedes dar de un vaso vacío.

Al final, sudar calenturas ajenas no nos hace héroes, nos hace mártires. La verdadera bondad radica en ser una fuente de paz para los demás, y eso solo es posible cuando hemos encontrado la paz en nosotros mismos.

Luis Mendez