Señor, Ayúdame a Ver: Por Qué Juzgar el Defecto Ajeno Es la Peor de las Hipocresías

Si hay algo en lo que los humanos somos verdaderos artistas, es en la clasificación de la imperfección.

Nos encanta vernos como el pecador "controlado" frente al pecador "caótico". Creemos en la pendejada de que hay errores elegantes y errores vulgares. Yo fui el que creía: “Bueno, yo solo procrastino y me guardo mis sentimientos, eso no es tan grave como el que engaña a su pareja o el que explota de ira.”

Nos ponemos una medalla por el método que elegimos para lidiar con nuestros propios defectos. Y esa pequeña diferencia es la excusa perfecta para mirar por encima del hombro al que está luchando de una manera que no te es familiar.

Y ahí es donde fallamos en lo más importante: en la compasión.

La hipocresía es creer que tu debilidad es una sutil melancolía, mientras que la del otro es un defecto moral imperdonable.

La Oración

Hace un tiempo, me topé con una reflexión simple que se convirtió en mi mantra: "Señor, ayúdame a ver con compasión a aquellos que pecan de manera diferente a la mía."

Y esa oración lo cambia todo, porque te obliga a la honestidad brutal:

  1. Acepta tu Propia Lucha: Te recuerda que tú también tienes una lucha propia, llena de mentiras piadosas, de orgullo silencioso y de miedo.

  2. Identifica la Raíz: Te obliga a ver que, aunque el síntoma sea diferente, la raíz es la misma: el miedo a no ser suficiente, el dolor no resuelto o la necesidad de llenar un vacío.

Cuando ves a alguien explotar de ira, la compasión te dice: “Esa persona está usando un grito para tapar un dolor que yo tapo con silencio.” Cuando ves a alguien buscar validación en el dinero, la compasión te dice: “Esa persona está usando bienes materiales para tapar un vacío que yo tapo con comida.”

La diferencia entre tú y el otro no es la calidad moral; es el mecanismo de defensa.

El Gran Alivio de la Humildad

Yo fui el necio que se agotó intentando ser perfecto y juzgando a los demás para sentirme mejor conmigo mismo.

Juzgar a otro es una forma de autoafirmación perezosa. Es una distracción fácil. Es decir: “Por lo menos no soy tan malo como él.” Pero la verdad es que juzgar al otro solo te ensucia. Te llena de resentimiento y te aísla.

La compasión, en cambio, es la gran liberadora.

Cuando le das permiso al otro para ser imperfecto (incluso de una forma que te resulta chocante), te das permiso a ti mismo para ser humano. Dejas de gastar energía en mantener tu fachada de superioridad y la inviertes en algo que sí importa: la conexión.

La verdadera sabiduría es reconocer que, bajo la ropa, todos llevamos cicatrices, miedos y un desesperado deseo de ser vistos y aceptados. El que peca de forma ruidosa no está pidiendo juicio; está pidiendo ayuda.

Si hoy te doy un consejo inteligente, es porque fui el tonto que se sintió mejor juzgando que amando. Y amar es mucho menos agotador.

No te pido que apruebes el comportamiento del otro. Te pido que entiendas la miseria detrás del acto.

Cada vez que sientas el impulso de juzgar a alguien por su "pecado diferente", haz la pausa y repite la oración: "Señor, ayúdame a ver con compasión a aquel que peca de manera diferente a la mía."

Te darás cuenta de que no hay nadie tan ajeno a ti. Todos estamos en la misma lucha, solo que hemos elegido diferentes formas de defendernos.

Y esa humildad es el único camino hacia la verdadera paz.

Luis Mendez