El día que dejé de llamarme "tonto"
Hace años, me enfrenté a un problema que me perseguía. Me costaba horrores que las cosas se quedaran grabadas en mi memoria. En ese tiempo, yo estaba fascinado con el mundo del crecimiento personal y admiraba a esos oradores que se subían al escenario y, sin una sola nota, daban conferencias fluidas y coherentes.
Yo quería ser como ellos. Pero mis primeros intentos fueron un desastre. Me enredaba, olvidaba lo que tenía que decir y me sentía tan frustrado que llegué a una conclusión dolorosa: "Soy tonto. No puedo hacer esto". Me autoetiquetaba con esa palabra y, sinceramente, sentía que no era capaz de superarlo. Algunos psicólogos me sugerían que tal vez era TDAH, y esa etiqueta reforzaba mi autocrítica.
Me juzgaba sin piedad, comparándome con personas que parecían tener una habilidad que yo creía inalcanzable. Pero un día, la historia cambió.
Durante una consulta médica, le comenté al doctor mi dificultad para recordar las cosas. Me escuchó con atención y luego me hizo una pregunta que lo cambió todo: "¿Alguna vez te has golpeado la cabeza?". De repente, un recuerdo lejano y borroso vino a mi mente. Salía de la piscina cuando, sin darme cuenta, me resbalé y caí de cabeza en el suelo. El impacto fue tan fuerte que no recuerdo nada hasta que desperté con 10 puntos en la cabeza.
El médico me explicó que un traumatismo cerebral como ese podía afectar la memoria a corto y largo plazo. En ese instante, todo lo que me había dicho sobre mí mismo se desmoronó. Me di cuenta de lo mal que me había juzgado y de las etiquetas negativas que me había puesto.
Abrazar mi imperfección en lugar de combatirla
Ese momento fue un punto de inflexión. Decidí que no iba a seguir luchando contra mi cerebro. En lugar de tratar de ser como los demás, me enfoqué en una cosa: crear mis propias herramientas. Comencé a diseñar sistemas de apoyo que me permitieran comunicar mis ideas de forma coherente. Si necesitaba notas o un guion, lo usaba. Si necesitaba recordatorios visuales, los creaba.
Hoy, he dado conferencias ante cientos de personas con un mensaje transformador. Y aquí viene mi secreto: en ocasiones, la vocecita de mi agente me recuerda desde cabina lo que voy a decir para no perderme.
Y funcionó !
La gente no tiene que entender cómo lo hago. Y para ser honesto, muchos ponentes del “crecimiento personal” me critican por la forma en que lo hago . Pero he aprendido a no prestarle atención a esos juicios. Para mí, el poder de superar ese trauma y compartir mi aprendizaje para ayudar a otros es lo que realmente importa.
He entendido que mi meta no es ser mejor que nadie, sino superarme a mí mismo. Mi imperfección no es un defecto; es una parte de mi historia que me ha enseñado a ser más ingenioso y a ser más amable conmigo mismo.
Así que, si hay algo que te juzgas por ser, si te pones etiquetas que te limitan, te invito a soltar la comparación. Deja de medirte con la vara de otro y empieza a abrazar tus propias imperfecciones. Quizás detrás de eso que consideras un defecto, hay una historia que te ha hecho más fuerte y más sabio de lo que crees.